EL RETO DE LAS ÉLITES

En Venezuela, probablemente como consecuencia atávica de la furia igualadora de la Guerra Federal, la palabra élite es políticamente incorrecta. Se le percibe con una connotación negativa de superioridad arrogante, de privilegios inmerecidos. Quienes alcanzan el éxito haciendo uso de talento y habilidades especiales, con la notable excepción de las mises y los deportistas, son tratados con recelo y suspicacia.

Es probable que esta circunstancia haya provocado la inhibición de las élites a participar de manera directa, explícita y comprometida, en la definición de las grandes orientaciones políticas que marcan el destino de nuestro país. Los mejores abandonaron el terreno de la política. Charlatanes y aventureros coparon el espacio.

Como consecuencia, y aquí tomo un planteamiento de José Antonio Gil Yépez, el cinismo y el oportunismo sustituyeron al entusiasmo y a la solidaridad social como patrones de conducta social. Todo esto termina siendo el caldo de cultivo que alimenta el radicalismo antipolítico que caracteriza a un sector de la población.

El repliegue de las élites y la antipolítica, condujeron al debilitamiento de los partidos, los cuales terminaron (y muy particularmente el PSUV) reducidos a la simple condición de agentes de intermediación para la captura de la renta petrolera; incapaces de concebir y conducir un proyecto viable de progreso y bienestar.

Nuestro país está entrando en una etapa de incertidumbre y cambios profundos. El peso fundamental en esta fase recaerá sobre las élites, vale decir sobre los mejores, en todos los niveles: los mejores obreros, los mejores artesanos, los mejores empresarios, artistas, intelectuales. La condición que los hace mejores y miembros de una élite, es que estén dispuestos a asumir sus responsabilidades, que busquen soluciones viables a problemas reales, que se comporten con generosidad y con sentido de grandeza nacional.

Acerca de Manuel Narvaez

Margariteño, economista.
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