LA LÁPIDA

La lápida sepulcral de Francisco Franco es una pieza de granito que pesa tonelada y media. No sabemos si la escogió el propio Caudillo de España por la Gracia de Dios para sentirse a salvo de la vendetta de las víctimas de las atrocidades falangistas, o si la decisión corrió por cuenta de quienes quisieron asegurarse de que el Generalísimo jamás pudiera cruzar el Estigia en viaje de regreso.

La lápida de la “revolución bolivariana” está lista; tiene peso y dimensiones colosales. Fue esculpida con los materiales que ofrece, en variedad y abundancia, la cantera del socialismo del siglo XXI: fractura de la unidad nacional; destrucción de la capacidad de producción económica; envilecimiento del estado de derecho; degradación del lenguaje y de las formas elementales de convivencia; impunidad insolente del malandraje D y E, pero también A, B y C; hipertrofia burocrática; desguace de las universidades. Faltaba inscribir el epitafio, pero de eso se encargaron el par de sobrinos presidenciales que fueron capturados en Haití.

Muerto el presidente Chávez y agotado el largo ciclo de precios petroleros altos y crecientes, “el proceso” sobrevivió aferrado a la ilusión de la superioridad de la moral revolucionaria, entregado al éxtasis retórico de una épica de utilería que transporta al nirvana revolucionario. Los Flores, en un contrasentido de aromas, dejaron al desnudo una inmensa podredumbre; ante esa dolorosa evidencia ya no hay superioridad, nirvana, ni orgullo, solo vergüenza infinita de los compatriotas honestos. Requiescat in pace, socialismo del siglo XXI.

La ceremonia oficial de colocación de la lápida que sellará la sepultura del anacrónico y dañino delirio con el que los venezolanos desperdiciamos los primeros tres lustros del tercer milenio, tendrá lugar el 6 de diciembre. Harán falta muchísimos votos para mover esa pesada losa, pero todo indica que sobrará músculo y voluntad.

Acerca de Manuel Narvaez

Margariteño, economista.
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